Camino de Cadaqués

Las breves pero intensas jornadas en Figueres de García Lorca siempre fueron completadas con los días pasados en Cadaqués, en la casa que la familia Dalí tenía en la playa des Llaner. La Semana Santa de 1925 –con las vistosas celebraciones religiosas en la villa marinera– y el verano de 1927, Lorca pasó días apasionantes descubriendo la costa ampurdanesa al tiempo que quedaba fascinado por un paisaje único. 

La conexión Figueres-Cadaqués no era sencilla, pero la rápida evolución de la industria automovilística permitió que, ya en los años veinte, fuese habitual contratar los servicios de taxis que diversas empresas figuerenses ofrecían para emprender el camino tortuoso y espléndido hasta la costa. O eso, o bien, como hizo García Lorca, coger un coche de línea que, desde la Rambla, trasladaba a sus ocupantes hasta los diversos pueblos de la comarca. Esta es la impresión que Lorca expresa a su familia en una carta fechada el 14 de abril de 1925:


Estoy en Cadaqués, pueblecito de Gerona, como os dije, y una de las maravillas del Mediterráneo. No os podéis imaginar, acostumbrados al mar de Málaga, este mar “Costa Brava” lleno de ensenadas, de calas y acantilados por los que asoman inmensos olivares y viñas, rocas de color naranja y manchas verdes de pinares. ¡Una maravilla! […] Sufro de que vosotros no podáis ver conmigo estos mares y esta tierra del Ampurdà llena de cosas griegas y con una elegancia y una antigüedad que os admirarían como a mí.

Este su recuerdo en una carta dirigida a Anna Maria Dalí, escrita desde Madrid el mes de mayo de 1925:

 


Pienso en Cadaqués. Me parece un paisaje eterno y actual, pero perfecto. El horizonte sube construido como un gran acueducto. Los peces de plata salen a tomar la luna y tú te mojarás las trenzas en el agua cuando va y viene el canto tartamudo de las canoas de gasolina. Cuando todos estéis en la puerta de vuestra casa, vendrá el atardecer a poner encendido el coral que la virgen tiene en la mano.

Y una carta de Lorca a Dalí, escrita desde Barcelona a inicios de agosto de 1927:


Mi querido Salvador: Cuando arrancó el automóvil, la oca empezó a graznar y decirme cosas del Duomo de Milán. Yo estuve a punto de tirarme del coche para quedar contigo (contiguito) en Cadaqués. […] Ahora sudo y hace un calor insoportable. Cadaqués tiene la alegría y la permanencia de bellezas neutras del sitio donde ha nacido Venus, pero que ya no se recuerda.

Va hacia la belleza pura. Desaparecieron las viñas y se exaltan día por día las aristas que son como las olas y las olas que son como las aristas. Un día de luna se mojará con elasticidad de pez mojado, y la torre de la iglesia oscilará de goma blanda sobre las casas, duras o lastimosas, de cal, o de pan mascado. Yo me entusiasmo pensando en los descubrimientos que vas a hacer de Cadaqués y recuerdo al Salvador Dalí neófito lamiendo la cáscara del crepúsculo sin entrar dentro todavía, la cáscara rosa palidísima de cangrejo puesto boca arriba.