Portalet i Cúria


Façana del palau de la Cúria Reial. Foto: Germà Garcia i Fernández (Arxiu Fotogràfic Centre Excursionista de Catalunya)


Quan hom et visita, Besalú, se senyala l’indret on residien aquells semites. Sembla petit, massa petit, l’indret, per la vida que en manifesten els documents. I, passejant per alguns dels teus carrers, en l’estretor extremada d’aquests tals, hom creu veure en alguna llòbrega entrada els ulls brillants d’un jueu fenent la foscor. Imaginacions?

Seguim les passes de Diego Galaz, el protagonista de El sello del algebrista, que arriba a Besalú per buscar els seus orígens. Entrem amb ell a l’interior de la Cúria, imaginant que podria ser com es descriu a continuació.  


Un muro de hiedras y bejucos cabalgantes ocultaban la morada de Josef, como si con la espesura quisiera preservar su intimidad, o tal vez un lujo que vedar a los ojos cristianos. Antes de invitar al huésped a entrar, el chiquillo besó la mesusá, una cajita amarfilada que pendía del dintel con versículos bíblicos.

(...)

En el interior de la casa se respiraba severidad y un aroma empalagoso a sándalo se extendía por los rincones. Diego se sobresaltó. Una claridad mustia, como la de una iglesia abandonada, reinaba en la mansión. Desdibujado entre la opacidad del atardecer columbró al hebreo con los brazos en alto hacia el levante solar y la cabeza revestida por un lienzo inmaculada, meciéndose hacia atrás y hacia delante. Recitaba un kadish de su credo.

(...)

-Shalom, maese Diego, sé bienvenido a la casa de Josef ben Elasar.

(…)

La estancia se inundó de una luz translúcida, el último aliento de ocaso otoñal y los utensilios que adornaban los estantes, la menorá, el candelabro de siete brazos en bronce dorado, y un shofar, el cuerno de marfil anunciador de las festividades de año nuevo, se iluminaron con un fulgor azafranado, colmando la atmósfera de una placidez que invitaba a las confidencias.

(...)

Con muestras de afecto lo condujo a un comedor abierto a un patio de adelfas de donde llegaba el borboteo de un surtidor. Lo aguardaban con mirada expectante los hijos y la esposa del hebreo, ataviados con ziharas y bonetes de brocado. Candelabros de sebo almizclado, mientras en unos braseros chisporroteaban aromáticos granos de ámabar. Josef cumplió con el hagadad, la lectura del libro del Éxodo, y se entregaron a la degustación de una escudella de cordero al gusto catalán, sazonada con cilantro, picante alcaravea y esencias de azafrán.

Diego no podría arrinconar en el olvido aquellas horas de sincero apego y de confianza. Por vez única en su vida había experimentado el calor de un hogar auténtico donde era aceptado abiertamente. La mujer de Josef lo obsequió con una cadeneta de plata rematada con una estrella de David que el aragonés colgó agradecido de su cuello. Subyugado por la cordialidad que le profesaban aquellas personas, hasta ahora desconocidas para él, desgranó sus recuerdos, que fueron escuchados atentamente por los Elasar y prolongaron la cena hasta la segunda vigilia.

-Empeño mi palabra y os prometo que me veréis aparecer con Zakay por el puente de Besalú –declaró al despedir-se, con una expresión de agradecimiento en su mirada–. El deber y el interés me obligan a partir.